La homilía del arzobispo Jorge García Cuerva por San Cayetano se inscribe en una línea sostenida de críticas de la Iglesia Católica argentina al rumbo social y económico del Gobierno de Javier Milei. Sin nombrarlo, el mensaje fue claramente político, señalando los efectos del ajuste sobre jubilados, discapacitados, desocupados y sectores marginados.
Aunque la Conferencia Episcopal insiste en que mantiene “prescindencia partidaria”, la reiteración de discursos con fuerte carga política y diagnósticos sobre la gestión puede diluir ante la opinión pública su identidad como institución religiosa centrada en la fe. Cuando la agenda eclesial aparece asociada casi exclusivamente a cuestionamientos socioeconómicos, el riesgo es que parte de los fieles perciba a la Iglesia como un actor político más, en lugar de un referente espiritual.
Históricamente, la Iglesia ha sido influyente en el debate social, pero su legitimidad pastoral se ha sostenido en el equilibrio: denunciar la injusticia sin quedar atrapada en la polarización. En el contexto actual, la repetición de mensajes contra medidas gubernamentales puede fortalecer su rol de defensor de los pobres, pero también alimentar la percepción de alineamiento con sectores opositores.