Hoy, como hace un siglo, los pases de jugadores -sobre todo entre grandes- es tomado como una traición por los hinchas. El fútbol cambia pero no tanto.

Gallardo llamó un par de veces al exdelantero de All Boys y le trasladó su intención. El jugador le manifestó su interés y la información trascendió, alterando el ánimo de Diego Milito, de Gustavo Costas y de todo Racing. Parece que la discusión siguió entre el presi de la Academia y Jorge Brito, el mandamás de River, porque nunca se estiló a que un club grande le quite un jugador a un par suyo pagando solamente la cláusula de rescisión.
Algunas versiones indican que River pagaría un poco más y que la transferencia se hará esta semana. River hizo lo mismo hace pocos años con el paraguayo Adam Bareiro con San Lorenzo, o como habría hecho Boca con el pase de Malcolm Braida, insistentemente pedido por Miguel Ángel Russo. Casos como estos no abundan, pero en la historia larga y sinuosa de nuestro fútbol, hay situaciones parecidas en todas las épocas, empezando por la de Pancho Varallo hace casi un siglo.
Por ejemplo: hace 60 años, en 1965, Alberto Rendo fue vendido por Huracán a San Lorenzo, en 25 millones de pesos y la cesión de 4 jugadores (Argañaraz, Cabaleiro, Tito Gómez y el goleador paraguayo Eladio Zárate), después de una asamblea de socios en la sede de la Avenida Caseros que aprobó la transferencia y días después de que algunos hinchas quemeros apedrearan la funeraria del presidente Carmelo Marotta. Rendo brilló tanto en el Ciclón como lo había hecho en Huracán, jugó bien en la Selección y regresó al club de Parque Patricios cinco años después, habiendo sido figura de los Matadores, campeones azulgranas de 1968.
Quince años antes, el fútbol argentino se conmocionó con la llegada de José Manuel Moreno a Boca Juniors. El 2 de abril de 1950 arrancó el torneo y en Avellaneda (cancha de Independiente) el flamante campeón Racing recibió al nuevo Boca, que hizo debutar al popular Charro, quien cargaba con 35 años y venía de jugar en la Universidad Católica chilena. La edad del crack mitigó la molestia de los hinchas de River, que lo adoraban, aunque Moreno siempre había dicho que él -nacido y criado en la Boca- no hizo su carrera en el cuadro xeneize porque no pudo convencer a quien le tomó una prueba cuando era muy chico.
Moreno metió 7 goles en 23 partidos, se complementó bien con Juan José Ferraro -el goleador de Vélez- y con Francisco Campana -crack de Chacarita- para llevar a Boca al segundo puesto en la tabla, aunque lejos del entonces bicampeón, Racing Club. También generó escozor en los hinchas de San Lorenzo, que Boca contratara para 1952 a Rinaldo Martino, el Mamucho que todos admiraron en los años cuarenta con la casaca azulgrana. Tras dos años en Juventus, regresó, pero no rindió como se esperaba en sus últimos años como jugador.
Los hinchas de Boca habían tragado veneno cuando su ídolo Mario Boyé firmó para Racing, después de un corto paso por Genoa italiano y por Millonarios de Bogotá. El puntero derecho de tremendo remate fue campeón dos años seguidos con la camiseta albiceleste. El trueque entre los vecinos de Avellaneda sorprendió a mucha gente. Ocurrió en el inicio de 1965 y lo protagonizaron Miguel Ángel Mori, mediocampista central de Independiente que ganó la Copa Libertadores de 1964 y José Omar Pastoriza, volante racinguista que había llegado desde Rosario Central y Colón. El cambio le vino muy bien a todos: Mori fue figura del famoso Equipo de José que brilló en 1966 y 1967, el Pato lo hizo en el Rojo, donde consiguió todos los títulos también.
Veinte años después, el ambiente futbolero local se conmovió por el pase de Ricardo Gareca y de Oscar Ruggeri -nacidos y criados en las inferiores de Boca- al River de Hugo Santilli, que logró llevárselos pese a la oposición de todos los hinchas boquenses. Los contratos de ambas figuras con la dirigencia boquense se extinguían, pero Boca los quería mantener, pese a su pésima situación económica. Todo fue subiendo en tensión y en discusiones, hasta que -con mediación de Julio Grondona inclusive- el pase de ambos se destrabó, pero River tuvo que ceder a Carlos Tapia y al Vasco Olarticoechea, además de una suma de dinero. La inmensa hinchada de Boca nunca le perdonó a Ruggeri ni a Gareca semejante desplante.
Hoy, la historia es otra, aunque en el fondo pasa lo mismo. Acuerdos tácitos, pactos entre los poderosos para no meterse con los cracks del rival, beneplácito cuando los ceden a clubes europeos, pero cara de perro cuando lo intentan hacer dentro del país. El periodismo que toma partido, los hinchas que no perdonan ni olvidan, las familias que sufren hasta que todo va quedando lentamente atrás. Maximiliano Salas es quien está en el medio de la tormenta. Igual que Pancho Varallo hace un siglo, el Charro Moreno o Mario Boyé, Gareca o Ruggeri. El fútbol no es siempre el mismo, pero las historias parecen repeticiones sin fin.