El cierre de alianzas para las elecciones bonaerenses del 7 de septiembre se convirtió en un caos político de alto voltaje, con tensiones internas, negociaciones de último minuto y prórrogas extraordinarias.
En el peronismo, se enfrentaron duramente el espacio de Axel Kicillof (Movimiento Derecho al Futuro) y La Cámpora, aunque finalmente lograron una unidad forzada, más por necesidad electoral que por convicción política. La lapicera en las secciones clave la tuvo el gobernador, aunque se multiplicaron las candidaturas testimoniales y las internas municipales fueron foco de conflicto.
En la oposición, se consolidó una alianza entre La Libertad Avanza y el PRO, liderada por Karina Milei, que impuso condiciones y encabezó la confección de listas. Muchos dirigentes amarillos se pintaron de violeta, mientras otros, más cercanos a Jorge Macri, buscaron cobijo en la UCR y el sello «Somos Buenos Aires».
El radicalismo sumó a figuras peronistas como Julio Zamora y a referentes de centro, capitalizando el desencanto con el oficialismo y la oposición aliada a Milei.
Las elecciones de septiembre en la provincia de Buenos Aires emergen como un termómetro clave para las presidenciales de octubre. El cierre de alianzas dejó en evidencia la debilidad estructural de los espacios políticos: el peronismo sin liderazgo claro, el PRO dividido y La Libertad Avanza avanzando con pragmatismo. La unidad que se logró en cada frente fue más producto del miedo al fracaso electoral que de un verdadero consenso político. Se perfila un escenario de extrema polarización: kirchnerismo vs. mileísmo, con una UCR que busca reinventarse como tercera vía. Lo que ocurra en PBA podría definir el rumbo del país en el segundo tramo del gobierno de Javier Milei.